Muchos de los jóvenes, niñas y niños se sienten orgullosos de sus llamas y cuentan a los pobladores vecinos que sus llamas son el resultado de mucho trabajo y sacrificio. La experiencia ha sido muy positiva.

La Ruta del Aguapanela

Colombia

Mar 16, 2023

A mediados de 2021 iniciamos un nuevo proyecto en la parroquia La Resurrección, en el sur de Bogotá, que desde entonces se ha convertido en un elemento habitual de nuestro trabajo en estos sectores marginales de la capital colombiana: el último jueves de cada mes, con un grupo de voluntarios preparamos ochenta sándwiches, llenamos una docena de termos con aguapanela (agua caliente endulzada con panela de caña de azúcar) y salimos, al anochecer, a caminar por el barrio.

A medida que nos vamos encontrando con habitantes de la calle y personas sin hogar que pasan la noche en la intemperie, durmiendo entre cartones, trapos, cobijas desgastadas y plásticos, les ofrecemos un vaso caliente de aguapanela y un sándwich, y dialogamos un rato con ellos. La mayoría son personas drogodependientes que han caído en el consumo de substancias psicoactivas, y esa es una de las razones por las que han terminado viviendo en la calle. Hay hombres y mujeres, personas jóvenes, o jovencísimas, también adultos, y algún que otro anciano. Nos cuentan sus historias, ninguna nos deja indiferentes, y nos damos cuenta de que la drogodependencia no tiene fronteras de género ni de edad. Llamamos a esta iniciativa “la Ruta del Aguapanela”.

 

Nuestra tarea es, sencillamente, ir al encuentro de los habitantes de la calle, ofrecerles el mínimo consuelo que representa un poco de comida y un saludo, y, con el tiempo, tal vez (en algunos casos en que la amistad creada lo permita) proponer un itinerario de rehabilitación, para aquellos que lo pidan.

Hace unas pocas semanas, una muchacha de veintipocos añosa la que ya habíamos visto en varias ocasiones nos manifestó que estaba padeciendo un insoportable dolor de muelas. La invitamos a ir a tratarse, sin coste alguno, a la Clínica Dental que tenemos en El Pesebre, uno de los barrios de la parroquia. No dijo que no. A los dos días, una mañana en que la clínica estaba abierta, fuimos a buscarla. Patricia dormitaba entre sus cartones. Se desperezó, se levantó y la acompañamos al consultorio. La doctora, no sin cierta dificultad, pudo sacarle la muela afectada. Aquella misma tarde, la mirada agradecida de Patricia, aliviada del dolor, mientras nos repetía “no hay palabras, de verdad, no hay palabras…” valía todo el oro del mundo.

La mayoría de los voluntarios que participan en la Ruta del Aguapanela son adolescentes y jóvenes de la parroquia, y no hay duda de que esta iniciativa también tiene un componente educativo y pedagógico para ellos: se dan cuenta de la realidad de sus barrios, y pueden ver y tocar, de primera mano, los efectos devastadores que tienen las drogas en aquellos que caen presos de su hechizo.

Alguien podrá pensar que esta actividad peca de mero asistencialismo: que no ayuda a transformar la realidad de los habitantes de calle. Y que es puramente simbólica: un vaso de aguapanela y un sándwich no cambian la vida de nadie. Tal vez sea verdad. Y, sin embargo, por algún lado hay que empezar si el objetivo es acercarnos a tantas personas que a veces la sociedad tilda de “desechables” (término escalofriante que jamás debería de haberse usado para referirse a un ser humano).

Quizá nuestro gesto sea asistencialista y simbólico, pero si todo el mundo saliese una noche al mes a repartir un poco de cariño por estas calles golpeadas por la pobreza y la violencia, tal vez alguna cosa empezaría a cambiar.

Cada último jueves, cuando terminamos la Ruta, estamos cansados: han sido tres horas largas de subir y bajar por las pendientes empinadas de estos barrios (en los que no existen las calles planas), cargando bolsas y termos, con frío, a veces con lluvia… y, sin embargo, cada mes, el ambiente entre los que hemos compartido esta experiencia es fraterno y alegre. Nadie se queja. Al contrario, hay una satisfacción sincera por haber invertido un poquito de nuestro tiempo acercándonos a los más marginados, a personas que para muchos no cuentan, tratando de ser un signo de misericordia para ellos, aunque solo sea con un saludo, una sonrisa, una palabra de aliento… y un simple vasito de aguapanela caliente.